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Erwin Broner, Ibiza 1934
Text: Héctor García-Diego & María Villanueva
Hace unos años atras, en 1934, Erwin Broner llegó a Ibiza huyendo del nazismo. Encontrando allí, como muchos otros artistas e intelectuales judíos, un refugio perfecto.Unos años más tarde, en aquella Ibiza un tanto salvaje, Erwin Broner se convertiría en pintor y arquitecto ilustre de la isla. Su vocación hacia la pintura se traduciría en la fundación del Grupo Ibiza 59, una agrupación entre los escasos foráneos, en especial, los que compartían inquietudes artísticas, como el alemán Heinz Trökes, el sueco Bertil Sjoeberg, la rusa Katja Meirowsky, o el ceramista español Antonio Ruiz, entre otros. Broner sería considerado el modelo, ejemplo y decano de facto de la organización. Y si la comunidad de extranjeros Broner era un ejemplo a seguir, no lo era menos en la arquitectura, construyendo casas de calidad en la isla de Ibiza. Probablemente también aquí pueda ser considerado un pionero en la arquitectura de la isla en la época, fundando las bases de la notable producción arquitectónica que poco a poco fue salpicando la isla en los años venideros. Los clientes a los que prestaba sus servicios eran en realidad en gran parte aquellos amigos, casi siempre también extranjeros, con los que compartía cultura, modo de vida y afecto por la isla. Pero el Erwin Broner de los años 60 nada tenía que ver con el protagonista de la instantánea. En el momento de la captura cuesta trabajo creer que su protagonista acumule demasiados motivos para sonreír. Esta es la primera vez que abandona su país natal sin billete de vuelta. Sin duda, se trata de un momento de incertidumbre ante el pasado y, más aún, hacia el futuro.El ascenso del fascismo al poder, y su condición de judío y recién afiliado al partido comunista, había desencadenado el exilio forzoso. En Alemania, Erwin pudo disfrutar de una infancia más que acomodada en virtud de la próspera posición que ostentaba su familia. Copropietario de un importante banco, el matrimonio Heilbroner no reparó en nada a la hora de formar al mayor de los tres hermanos. Disfrutó de tutores personales y recibió clases de las más diversas materias, desde literatura o arte hasta música o deportes. También le acercaron al Mediterráneo en diversas ocasiones, realizando viajes a las clásicas Grecia e Italia. Un regazo familiar más que cálido, placentero y libre de preocupaciones.Con el fin de la Primera Guerra Mundial, Broner decide estudiar Bellas Artes, formándose en Múnich, Stuttgart y Dresde. En la escuela de Hans Hoffman conoce a su primera esposa, Aenne Wittmer. Siendo ambos amantes de la pintura, pasarán la luna de miel en Italia, plasmando en lienzo diversos lugares de la mítica península. Son años felices, despreocupados. Años para disfrutar y amar la vida. Para pintar, para tocar el violín y para viajar. Tras esta época sin duda marcada por la estabilidad, el disfrute y su pasión por la pintura, Erwin decide en 1928 estudiar arquitectura en el Technische Hochschule de Stuttgart. Hasta el año 1931 se educará en la escuela alemana. Además, en estos años, adquirirá una serie de conocimientos de carpintería, gracias a los cuales llegaría a salir a flote en períodos posteriores de gran dificultad. Recién graduado, recibe algún encargo y, en compañía de su amigo Richard v. Waldkich, funda su propio despacho de arquitectura.La vida de Erwin parecía más que encauzada. Su mujer había dado a luz a su hija Nanna, el futuro profesional que acertaba a vislumbrar era prometedor y poseía una amplia casa en Hanweiller. Por todo esto puede deducirse que en el año 1933 la sacudida personal que recibió Erwin debió ser violentísima. Tras una serie de truculencias, logra salir indemne de los sucesos que prosiguieron al alzamiento de Hitler. En compañía de su amigo Manfred Heninger, consigue un permiso de residencia para ambas familias en Suiza, válido por un periodo de seis meses. Por lo tanto, disponen de un tiempo muy limitado para buscar un lugar donde establecerse.Broner y Heninger deciden realizar un viaje a Mallorca para conocer la isla y valorar la posibilidad de instalarse allí junto a sus respectivas familias. Sin embargo, sus planes se verán desbaratados una vez que el pequeño barco a vapor que unía Barcelona con Mallorca hiciera una breve escala en Ibiza. El resultado de este hecho absolutamente accidental propició el descubrimiento de la isla por parte de Erwin. Un suceso fortuito y afortunado que vino a traer un destello de ilusión al posiblemente apesadumbrado Erwin. Tal vez, un enamoramiento a la manera platónica que lo arrastraría a lo largo de su vida, una y otra vez, hasta aquel pequeño rincón del Mediterráneo, como recuerda Tur Costa:“Erwin Broner fue un gran enamorado de Ibiza. Me decía que una de las impresiones más fuertes que tuvo en su vida fue cuando llegó por primera vez a la isla en barco y, ya en el puerto, descubrió nuestra ciudad de madrugada”.Si hubiera que seleccionar el instante más transcendental en su vida, con toda seguridad este sería un gran candidato. Prácticamente la misma situación experimentada dos años antes por Walter Benjamin, quien no dudó en embarcarse en un largo viaje a bordo de un carguero alemán desde Hamburgo para recalar, previo paso por Barcelona, en la casi desconocida isla balear. Benjamin, que había tomado la decisión de viajar a Ibiza con la pretensión de superar una aguda crisis existencial, escribe algunas notas durante el viaje en su inseparable diario.Reflexiones que bien podrían aplicarse a la experiencia vivida por el propio Erwin:“Estaba de pie, y pensaba en el famoso tópico de Horacio «uno puede huir de su patria, pero no por ello conseguirá huir de sí mismo» y en lo muy discutible que es. Pues, ¿no es viajar una superación, una purificación de pasiones instaladas que están arraigadas en el entorno habitual, y con ello una oportunidad de desarrollar otras nuevas, lo cual ciertamente es una especie de transformación?”Efectivamente. Transformación. Así podría llamarse a lo que inmediatamente después de su llegada a Ibiza empezaba a fraguarse en el interior del exiliado Erwin. El desembarco en el puerto de Ibiza supondrá una verdadera transición en su vida. Cuando pone el pie en la isla, está cruzando la línea que separa dos fases bien diferenciadas de su propia biografía. Y así pasará a formar parte de la selecta colonia de extranjeros que ya por aquellos años poblaba Ibiza. Un asentamiento disperso compuesto por forasteros que, poco a poco, iban viendo incrementado su número a medida que iba recibiendo más y más nómadas que huían del régimen nacional-socialista. No es de extrañar, por lo tanto, que la mayor aportación proviniera de Alemania, aunque no de manera exclusiva. Lo que sí podría considerarse como una constante cierta era que se componía fundamentalmente de emigrantes procedentes de las más diversas áreas de la cultura.El episodio del filósofo Walter Benjamin es uno de los más conocidos. Pero son muchos los personajes que arribaron por aquellos años a Ibiza. Baste mencionar aquí algunos nombres más como el filólogo Walther Spelbrink, el etnógrafo y arquitecto Alfredo Baeschlin, el pintor belga Mèdard Verbugh, el escritor Albert Camus, el pintor Will Faber, el arqueólogo Schölten, los fotógrafos Raoul Haussman y Man Ray o el escritor norteamericano Elliot Paul. Sin embargo, no puede decirse que ese grupo de foráneos formara una auténtica colectividad. Aunque hay evidencias de que unos tenían constancia de otros, al ser realmente un número reducido, no puede afirmarse que llegaran a formar verdaderas comunidades. De nuevo Benjamin es un testigo privilegiado cuando afirmaba que “No hace mucho tiempo, cuando uno llegaba a Ibiza, lo primero que oía era: «con usted ya son tantos o cuantos los forasteros que tenemos en la isla»”. De hecho, estos ilustres errantes preferían el retiro personal, si acaso acompañados de la familia o algún amigo íntimo, eligiendo como opción preferente las zonas del interior de la isla.No así Broner, quien, desde el primer momento, decidió vivir en la ciudad. Lo cual suponía contrariar el sentido natural de la corriente, tal y como se iba fraguando el fenómeno de asimilación de forasteros por la isla pitiusa. Este hecho revela la clara vocación social de Broner y, sobre todo, su voluntad contraria al aislamiento. Se deduce por tanto que no se trataba de un personaje que, virtualmente noqueado por los acontecimientos presentes, intentara evadirse de un mundo, el propio, en descomposición. Sino que, posiblemente, el de Broner sería el caso de una persona voluntariamente afectada por todo lo que ocurre a su alrededor, también por el viaje, y por tanto, y tal y como decía Benjamin, en transformación.Una metamorfosis cierta en su biografía, precipitada por el dramático contexto al que tuvo que hacer frente pero que, por otra parte, propició su propia liberación. Así, cuando en aquellos años las autoridades alemanas confiscaron todos sus bienes en tierra germana, Erwin soltó amarras con su pasado material. Y casi sin solución de continuidad, cuando se produjo la separación de su primera mujer, fue liberado de su pasado afectivo. En estas condiciones Broner se ve a sí mismo, quizás por primera vez en su corta vida, realmente libre. Y, ante esta situación, se deja llevar. Deja que el hechizo de la isla le embauque. Su curiosidad despierta se interesará por algunos de los temas más presentes en la realidad de Ibiza y, como arquitecto que era, por su arquitectura. Una arquitectura, por cierto, que no solo seducía a los que ejercían su profesión, sino que era uno de los tesoros de la isla más fascinantes. Vicente Valero, que ha estudiado en profundidad el fenómeno de inmigración culta que en los años treinta se produjo en Ibiza, no duda en afirmar que “Nada causaba tanto impacto al viajero que llegaba por primera vez a la isla de Ibiza como su arquitectura rural”.Pues, al parecer, todo aquel que desembarcaba en la isla quedaba fascinado por esta arquitectura secular que había sabido perfeccionarse a través del conocimiento artesanal heredado de padres e hijos. Una arquitectura “cocinada a fuego lento”, que había sido capaz como ninguna otra de integrarse con el entorno natural inmediato. Hasta tal punto que, ahora, la aparición de estas modestas construcciones “completan” el paisaje y lo transforman en una imagen genuinamente ibicenca. Forman parte, una más, de Ibiza: “Esta arquitectura sin estilo y sin arquitecto –como le gustaba decir a Josep Lluis Sert– resultaba de todo un saber artesanal, de una tipología heredada sobre la que aún hoy se discute su origen, admiraba también al viajero por su ubicación: espacios abiertos con bancales, muros de piedra, estrechos caminos, almendros, algarrobos y olivos… la casa era un elemento más del paisaje y el conjunto se ofrecía, ante la mirada del viajero, con una belleza singular, misteriosa y antigua”.Erwin, fascinado con el hallazgo de esta arquitectura primigenia que tan bien se ajustaba a los postulados modernos, decide como no podría ser de otra manera realizar un estudio en profundidad acerca del tema. Es entonces cuando se “empapa” de esa arquitectura que le deslumbra, esa que brilla porque ha sido lustrada por el paso del tiempo. Así, y en compañía de Richard v. Waldkich, recorrerá toda la isla en bicicleta fotografiando las casas tradicionales que se iba encontrando, tomando notas y medidas de esas construcciones. Un valiosísimo ejercicio de aprendizaje que probablemente lacraría de manera definitiva la unión entre Erwin y la isla. Su amigo el pintor Erwin Bechtold recuerda este episodio del primer paso de Broner por Ibiza: “Primero quiso aclarar sus ideas para poder seguir las huellas del encanto de estas construcciones rurales. Y como podía hacerlo mejor Erwin Broner, el arquitecto, sino midiendo en un principio anchuras y alturas, profundidades y aberturas llenas de sentido práctico como puertas y ventanas; es decir, conociendo a fondo las proporciones y las condiciones que las hicieron posibles Una reserva de arquitectura original que podría entenderse como encarnación auténtica de su genius loci. Una arquitectura insólita y sugestiva por su modernidad arcaica y, por ello, sorprendente. Sorprendente también por el grado de desconocimiento que alcanza en el mundo culto arquitectónico en la época, y sorprendente por la maestría de la que hace gala. En palabras del propio Broner: “Estas viviendas de los campesinos ibicencos constituyen una sorpresa para el arquitecto moderno que se ve obligado a resolver complicados problemas de orden técnico, social y funcional, y queda entusiasmado ante la simplicidad y sencillez que presentan estas construcciones del campo”.No obstante, conviene aclarar en este punto que Broner no sería el primero en acercarse desde una óptica culta a esta arquitectura. Algún tiempo antes habían desfilado por la isla muchos ilustres curiosos con ánimo de estudiar semejante fenómeno. El filólogo Walther Spelbrink quiso aproximarse a la vivienda ibicenca a través de un estudio lexicográfico. O el ejemplo del arqueólogo Adolph Schulten quien, tras visitar Ibiza en los años veinte, regresó a comienzos de los treinta para estudiar los antepasados púnicos de la isla. Destacan en este listado la cantidad de fotógrafos que cámara en mano retrataron la arquitectura y costumbres pitiusas, entre ellos el arriacense José Ortiz Echagüe, los catalanes Adolf Mas y Leopoldo Plasencia, el alemán Gustav von Estorff o el croata Mario von Bucovich.Sin embargo, lo novedoso del estudio de Broner es que es llevado a cabo por un arquitecto. Un arquitecto que además ha sido formado en Alemania en la más incipiente modernidad. Y de ahí la importancia y repercusión que este estudio alberga, por su condición de pionero. El mismo Josep Lluis Sert lo reconoce así: “En 1933 un arquitecto alemán se puso en comunicación con nuestro grupo GATCPAC en Barcelona. Nos escribía desde la isla de Ibiza, casi desconocida entonces, y nos remitía una serie de fotografías y planos que constituían para nuestro grupo una revelación. Era la arquitectura que todos buscábamos, la arquitectura de la VERDAD. Algunos colegas de nuestro grupo así como el entrañable amigo Joan Prats, habíamos ya visitado Ibiza poco antes. Pero Erwin Broner nos había precedido, y además había recorrido en bicicleta toda la isla, documentando su exploración, cosa que ninguno de nosotros había hecho”.De alguna manera, ese tipo extranjero que acababa de llegar a Ibiza se convertía con gran celeridad y por el poder del conocimiento en cómplice de la realidad del lugar. Aquel extraño se había adentrado en el interior de la isla y había indagado acerca de sus secretos. Por todo esto, ahora Broner conoce su nuevo entorno físico, cultural y social, y está en condiciones de coger las riendas de su nueva vida. La geografía física, sin duda fascinante, venía a encajar a la perfección en el tradicional ideal romántico centroeuropeo (muy propio de la época) de retirarse a un lugar apartado, al sur, donde poder dedicar las horas a pintar. Veranos sin fin, aguas templadas y luz cegadora eran sin duda poderosos alicientes. También la geografía humana que, tal y como se ha visto, era quizás aún más sugestiva. Todo ello unido a unas condiciones económicas que difícilmente se daban en ningún otro lugar del mundo y, cómo no, a un entorno arquitectónico beneficiario de un saber capaz de despertar la curiosidad del arquitecto alemán. Quizá, ahora sí, podamos entender la sonrisa que Broner regalaba a la cámara en 1934. A pesar del exilio. A pesar de abandonar su pasado y de ser privado de sus bienes. A pesar de perder a su esposa, o de encarar la contingencia de un futuro marcado por la incertidumbre, Broner disfruta ahora de una libertad plena, tal vez mayor de la que nunca hubiera sido capaz de alcanzar en su Alemania natal.Read more Close