Nuestro huerto es el alma que late en el alma de Can Jaume.
Situado en pleno jardín de naranjos, su presencia envuelve el
hotel con fragancia, sombra y ritmo estacional. Cada árbol
guarda historia, cada fruto es conexión con la tierra. En ese
huerto no se acumulan escenas decorativas: lo vivo domina. Es
testimonio del vínculo entre el cultivo y la hospitalidad, la
cosecha y el desayuno, el aroma cítrico y la memoria de la
zona interior de la isla que te recoge, te invita, te muestra su
carácter, su historia y su herencia cultural en cada árbol.

La terraza de Can Jaume se extiende como una piel que une
interior y exterior. Desde allí se respira el aroma a naranjas del
huerto, se ve el cielo Ibicenco y se siente la brisa que recorre
los jardines. Es espacio de conversación, recogimiento, lectura
al atardecer. Entre mesas discretas y vegetación, la terraza
funciona como sala al aire libre donde la luz cambia, donde
todo se ve distinto con el paso del día. Es ese fragmento
suspendido entre lo íntimo y lo común.

La piscina de Can Jaume es un refugio diáfano, bordeada de
jardines y sombra liviana, donde el agua calma refleja el cielo y
diluye tensiones. Alrededor, hamacas, pérgolas ligeras y
espacios verdes con naranjos permiten al huésped disolverse
en el ambiente. Su diseño contempla distintos usos: un brazo
alargado para nadar suave y rincones para relajarse sin prisa. El
agua, el reflejo, el aroma a campo: allí la pausa se respira, se
siente y se transmite.

En el entorno de Can Jaume se halla el yacimento de Can
Jaume Arabí de Dalt (Puig d’en Valls), cuyos vestigios datan
de los siglos III-II a.C. Allí descansan restos de animales,
huesos sacrificados en ritos antiguos, memoria viva del pasado
agrario y ritual del paisaje ibicenco. Ese fragmento
arqueológico se desliza entre árboles y olivos, evocando una
continuidad entre lo antiguo y lo presente, un diálogo entre las
raíces profundas del territorio y la vida que hoy late en los
jardines del hotel.